Dentistas y chistorras y viceversa
Ya lo sé. El título tiene la misma gracia que un gasto inesperado a final de mes, cuando la cuenta ya está tiritando. Es un juego de palabras sin mucho ingenio, pero permítanme esta licencia, porque la realidad política que nos está tocando vivir supera con creces cualquier parodia de José Mota. Durante meses, hemos tenido barra libre de humor nacional a costa de “chistorras, soles y lechugas”, con la corrupción del PSOE. Pero, ¡ay, amigos!, la “risa” va por barrios. Ahora, aquí en Almería, nos hemos metido de lleno en esa consulta que tan pocas ganas hay de visitar, porque el chascarrillo de “dentistas, muelas y piñatas” salpica directamente al PP de Almería. Y qué quieren que les diga: a los almerienses realmente esto no nos hace ni puñetera gracia. Ni lo de unos, ni lo de otros.
Vivimos en un cenagal regado por el bipartidismo, ese monstruo de dos cabezas que lleva décadas devorando la credibilidad de la democracia y de nuestras instituciones. El guion siempre es el mismo, solo cambian los actores. Cuando la porquería sale bajo las alfombras del vecino, los portavoces oficiales y sus altavoces mediáticos aúllan como hienas sedientas de sangre; pero cuando la inmundicia brota en casa amiga, esos mismos protagonistas se convierten en mansos gatitos apenados, con cara y traje de funeral, tildando el escándalo de “tema menor”, de “inventada” o directamente atacando al mensajero, a la UCO o al juez, porque en este caso si se exagera y se miente. Es la hipocresía y la incoherencia elevada a arte y que solo disfrutan los muy cafeteros. Han creado trincheras para los fieles de “corazón”, esos que aún se creen que existen partidos que defienden unas ideas que ni sus líderes ya practican, mezclados con los fieles de “cartera”, mercenarios o estómagos agradecidos, cuyo sueldo y carrera protegen con uñas y dientes, defienden lo indefendible, tapándose la nariz mientras aplauden como focas al líder de turno haga lo que haga, diga lo que diga. No hay más ciego que el que no quiere ver.
Y en medio de este fuego cruzado de chorizos y mordidas, nunca mejor dicho, existen unas víctimas silenciosas a las que desde aquí quiero dirigirme: los honestos trabajadores públicos. Deberíamos empatizar más con ellos, porque son unas personas que viven tan abochornadas y hastiadas como todos nosotros, bajando la cabeza porque también se sienten señalados, porque sus centros de trabajo son ahora el escenario de una investigación judicial y la consiguiente redada policial. Ellos se ven arrastrados por el fango de unos jefes políticos que han confundido el servicio público con el autoservicio, colocando a familiares, sean hermanos o sobrinas, enriqueciendo a colegas de partido o de juergas de bares con o sin lucecitas.
Estos personajes amorales que están llenándose los bolsillos, viviendo una vida de excesos que solo con su esfuerzo nunca podrían costearse, lo compatibilizan con monsergas sobre transparencia y buena gestión, intentando convencer a los ciudadanos a que cumplamos con nuestras obligaciones tributarias, nos esquilman vía impuestos, tasas y demás inventos saca cuartos para costear un sistema que cada día parece más fallido e insostenible.
Lo explicaba con maestría el maestro de periodistas Juan Torrijos en su columna “Palmeras”, recomiendo que la busques y la leas. No puedo dejar de suscribir cada una de sus palabras. Como definía a estos políticos actuales como palmeras, por su increíble flexibilidad para adaptarse a todo viento que les azota, que nunca les va a partir. También los describía como dioses que se sienten impunes en sus cortijos, como tejen y nos atrapan en la tela de araña de la corrupción, quitando al periodista incómodo y comprando silencios de otros con la publicidad institucional pagada con nuestro dinero. Como reparten prebendas para que la sociedad civil le ría las gracias.
No podemos permitir que el hartazgo nos gane la partida. Los unos y los otros quieren que pienses que “todos son iguales”, para que te olvides del alcalde del pueblo más pequeño o recóndito de la Almería vaciada, que no cobra un euro por sus funciones, cuya única ilusión en esto de la política es ayudar a sus vecinos a vivir en un pueblo mejor, dedicando en muchas ocasiones el tiempo que no tienen. Su desdicha es compartir siglas con golfos.
Si has llegado hasta aquí querido lector, te invito a que la próxima vez no te quedes en casa, busca alternativas, que la desafección no te paralice y así evitarás la inercia de votar al mal menor. Es el momento de la sublevación cívica, de castigar a los corruptos, de recuperar la política como algo prestigioso, de volver a la vocación de servicio, de servir al ciudadano y no servirse de él. España y Almería merecen más que ser el escenario de una película cutre de mafiosos. Merecemos dignidad, merecemos limpieza, en Almería también en sus calles y, sobre todo, los almerienses debemos decir “basta”, empezar a construir nuestro propio futuro, sin mordidas, lejos de las garras de quienes nos han vendido una y otra vez, y si los dejamos lo seguirán haciendo.
